Sentado en el umbral de la puerta de la taberna, el tío Beseroles, de Alboraya, trazaba con su hoz
rayas en el suelo, mirando de reojo a la gente de Valencia que, en derredor de la mesilla de hojalata,
empinaba el porrón y metía mano al plato de morcillas en aceite.
Todos los días abandonaba su casa con el propósito de trabajar en el campo; pero siempre hacía el
demonio que encontrase algún amigo en la taberna del Ratat, y vaso va, copa viene, lanzaban las
campanas el toque de mediodía, si era de mañana, o cerraba la noche sin que él hubiese salido del
pueblo.
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