La Caverna De Las Ideas, José Carlos SomozaEsta es la obra de un loco. La he leído con miedo y asombro; la he releído con placer. Al autor llegué por el azar de las librerías, hace ya algunos años. Dos libros en un estante me llamaron la atención hasta el punto de no querer seguir buscando entre los anaqueles del lugar; los dos eran del mismo autor: Cartas de un asesino insignificante y La caverna de las ideas. Abrí el primero y leí: “Estimada señorita. Voy a matarla y usted lo sabe, así que me asombra su silencio.” Abrí el segundo: “El cadaver se hallaba tendido sobre la fragilidad de unas parihuelas de abedul.” Pero antes, al iniciar la lectura del primer capítulo, vi que un asterisco me remitía a una nota a pie de página. Leí: “Faltan las cinco primeras líneas. Montalo, en su edición del texto original, afirma que el papiro había sido desgarrado en este punto. Comienzo mi traducción de La caverna de las ideas en la primera frase deel texto de Montalo, que es el único del que disponemos.” Qué es esto, me dije y, pensando en esa idea de que una obra pudiera darse desde un personaje que existe en el libro en la parte baja o, mejor, como nota a pie de página, me convencí de que algo, un no sé qué jamás visto o intuido, se escondía en esa novela. Pagué y las llevé a casa.
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