martes, 4 de diciembre de 2012

Introducción a la hermenéutica filosófica - Jean Grondin


 
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La hermenéutica tiene una larga historia de la que todavía hoy se puede aprender mucho. Al comienzo se sitúa el tratado aristotélico de este mismo nombre, que se ocupa, en el fondo, de la lógica de la oración. La manera en que la Edad Moderna usa el término «hermenéutica» se refiere por lo general a disciplinas especiales. Así, encontramos una hermenéutica jurídica y una teológica y, a fin de cuentas, la antigua palabra «hermenéutica» tiene la connotación del sentido universal de traducción. Pero una auténtica universalidad sólo pudo asociarse con este concepto cuando la era metafísica se acercó a su fin y su pretensión de monopolio frente a las ciencias modernas quedó restringido. Fue sobre todo Wilhelm Dilthey quien dio un paso importante en esta dirección con su psicología descriptiva. Pero sólo cuando Dilthey y su escuela llegaron a tener una mayor influencia sobre el movimiento, el entender ya no quedó meramente situado al lado del comprender y del aclarar y (hoy) constituye la estructura fundamental de la existencia humana, por lo que viene a situarse en el centro de la filosofía. El entender no es un método, sino una forma de convivencia entre aquellos que se entienden. Así se abre una dimensión que constituye la práctica de la vida misma. La hermenéutica no pretende la objetivación, sino el escucharse mutuamente, y también, por ejemplo, el escuchar a alguien que sabe narrar. Es ahí donde comienza lo imponderable al que nos referimos cuando los seres humanos se entienden. El mérito especial de Grondin consiste en haber elaborado este diálogo «interior» como el fundamento propiamente dicho de la hermenéutica, para el que yo mismo, en Verdad y método, pude apoyarme sobre todo en Agustín, pero que tiene un papel importante también en otros contextos, por ejemplo, en la concepción teológica de proceso.

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